Llevo mucho tiempo con el peso demasiado grande de sentirme
demasiado pequeña, demasiado invisible hasta para mí misma. Es curioso usar la
palabra “demasiado” junto a tanto diminutivo, tanta pequeñez, tanta vulgaridad.
Me gustaría saber en qué momento o en qué etapa deje de
sentirme a nivel, en que momento me fui condenando y me volví tan frágil.
No es necesario escribirlo en tercera persona o remitirlo a
alguna voz que habla por mí misma como he hecho tantas veces, ni entre líneas,
ni subrayarlo o tachones ocultos de mis sentimientos; esta vez no necesito eso,
necesito ponerle voz propia a mi verdadera fragilidad.
Necesito dejar de preguntarme el fallo de que no encaje, la
equivocación que siempre acaba en miedo, y mi largo etcétera de habilidades que
tengo de echarme por tierra delante de cualquier ser humano.
Tras años de idas y venidas, por fin mi cabeza y mi cuerpo
han decidido reventar para exigir esa nueva oportunidad que mi autodestrucción
innata le negaba.
Me esta costado mucho ver cosas tan diminutas, tan básicas y
tan necesarias como que equivocarse es necesario, normal y dado como derecho a
todo ser humano.
En todo este proceso de recuperación, primero aprendí que pedir
ayuda es necesario, segundo que es cierto que estas situaciones muestran
quienes bien te quieren y quienes no lo hacen y tercero que nada merece un
precio tan alto como para hundirte a ti mismo.
Sé que estoy justo en la salida de meta, que me queda
muchísimo por entender, mucho por quitarme de encima y mucho que hacer mío pero
al menos en mis mejores y peores momentos quiero seguir aquí.
Cueste lo que cueste, pequeño desastre, aprenderás a valorarte
y retornaras el vuelo.
Prometido.